Esta nueva tarea que la vida le puso ante sí, le obligó a penetrar un poco más en su propio carácter y percibir sus débitos así como sus más grandes virtudes.  Ella con gran paciencia no solo le ayudó, sinó con su sólido amor lo tomó de la mano y lo llevó por caminos por él nunca explorados.  Así supo del amor y del arte de amar y de darse a sí mismo.  Se dio cuenta de que había vivido como un cenobita y que para conocer la vida no era necesario ese ensimismamiento, esa soledad y esa necesidad obsesiva de aprender a través de los libros.  Si realmente quería ser sabio, tenía que saber de la vida, experimentarla de primera mano, y sobre todo, dejarse sentir, ser sí mismo y abrirse a su propia naturaleza.