
No se dio cuenta en qué momento había cambiado, ni en qué momento ella le había dado un vuelco a su vida. La amó profundamente y ella le devolvió su amor con creces… Dejó todo por él, en la esperanza de hacer un buen cruce y de vivir con todas aquéllas ideas sublimes que ambos, en su insensatez y su falta de visión habían concebido para ambos.
El no fue capaz de ver cómo su cambio de esquema le había robado su armazón de seguridad, su confianza y valía. Ella, demasiado joven, no había experimentado la vida más que fugazmente y le faltaba el entendimiento de la experiencia… Le faltaba como a él, sumergirse entre las aguas frías del mar y dejarse llevar por la corriente, ahí donde las olas la llevaran, sin más apoyo que encontrar su verdad en medio de la oscuridad de sus profundidades.
Ambos tenían miedo, y en su miedo, la entrega se dio a medias… ambos temían entrar en el territorio del otro y sucumbieron rápido a sus temores…
Ambos querían aprender y ambos se amaron para darse esa única oportunidad. Fueron espejos uno del otro. Tardíamente lo comprendieron cuando cada cual ya navegaba en otro barco y cuando ambos territorios habían quedado tan lejos, que casi no podían siquiera vislumbrarse.
El ya no pretende ser ni mejor ni peor que los demás, ya que sabe que sólo siendo, la vida multiplica sus capacidades. Se siente mejor consigo mismo; sabe que vivir significa amar, dar y entregarse a la tarea del autoconocimiento, previo a alcanzar la verdadera sabiduría.
Ella… Ella sólo sabe que ama su alma de una manera diáfana, pura, y que su huella aun lo identifica en los repliegues de su propia naturaleza. Ahí se oculta él, como una pequeña semilla que algún día, dará los mejores frutos. Ella, sólo cuenta con su propia fé… Y cree que por ahora, eso le basta…