No sabía si lograría vencerte. Ha sido una batalla poderosa contra ti que ha durado lo que mi misma vida: 40 años.
Supongo que entraste en mi cuerpo desde el momento en que mamá me parió. Tu invasión no la recuerdo, pero me lo has hecho sentir cada segundo vivido y aun sigo suponiendo que ni siquiera me pediste permiso al momento de tu irrupción. No estaba preparada –en realidad nunca lo estuve- y ahora que ya tengo uso de razón, no me resigno a soportarte indefinidamente. Si supieras el estorbo que me haces y el rechazo que siento por ti. Te resiento, pero es aún más: ¡Te odio!
Estuve indagando por muchos lados la forma de encadenarte. Expertos en la materia me dieron instrucciones precisas que seguí al pie de la letra. Mis intentos fracasaron. No me di cuenta de en qué momento comenzó esta lucha de poder entre ambos, ni que al momento de iniciarla yo sería la vencida y tú el vencedor.
Las veces que con mayor fuerza te sentí fue en aquellas en que más me importaba estar lúcida y completamente armada de valor. ¿Recuerdas cuando cantaba? ¡Ay!, siempre tenías que entrar en escena y hacerme temblar tanto que mi voz no siempre se lució como hubiera esperado. Y tantas veces que mi interpretación tampoco fue lo que esperé. ¿Te importó acaso? Ni siquiera sé si tienes el don de sentir y mucho menos el de avergonzarte. Pero te especializas en invadir nuestro interior y cercenarlo con tu presencia haciéndonos papilla. Y tú te diviertes con tu poder, te ríes de nosotros y te gozas con tus triunfos. Seguramente pensarás ¡pobres imbéciles! Y se repite el círculo, porque mientras más te evitamos más pareces posesionarte en tu mismo pedestal de triunfo. Si fueras más sensible ya te habrías ido, sobre todo dándote cuenta del sufrimiento que nos infliges.
Recordarás que en mis numerosos intentos de eliminarte hasta estuve dispuesta a que hiciéramos las paces. Te puse un nombre, que por supuesto, jamás te mencioné: el indeseable. ¿Sabes lo que significa? Lo puedes imaginar. Abomino que no sientas vergüenza de albergarte en mí y que tomes con indiferencia el saberte tan indeseado.
En mi afán de conocerte me puse a leer cuanto pude acerca de ti. Te lo resumo: eres famoso. ¿Te ufanas? Sobre ti abundan los más polémicos artículos: en libros, en revistas populares, en periódicos. Artículos profanos y estudios muy serios. Para todos los gustos, criterios y personas. La gente habla de ti de muchas formas, pero siempre te detectan como al enemigo. En los esfuerzos por ejecutarte se han gastado millones y los científicos se han devanado los sesos tratando de comprenderte. Los que te tenemos dentro te rechazamos con ira, con preocupación, otros con vergüenza, como si el hecho de tenerte se debiera a un defecto de carácter más que a una invasión indeseada en la que creemos no tener voz ni voto. Y sigues ahí, tan necio como siempre, sin rendirte ni un poquito a pesar de las potentes armas que han tratado infructuosamente de aniquilarte.
Hay quienes creen que ya vienes dentro del paquete que somos. Eso de lo genético, ya sabes. Otros dicen que es aprendido, que si el comportamiento de nuestros padres en la niñez y no sé qué rollo. Y la postura intermedia, la que dice que es una combinación de ambos factores. Yo te lo pregunto: ¿de dónde vienes? ¿Quién te construye? Te digo que vengas de donde vengas, eres una lacra, una molestia, una tortura. ¿No te sientes mal de ser tan repudiado?
Ahora que veo que no hay nada que pueda despacharte procuro nuevamente hacer las paces contigo e intento –por vez primera- comprenderte. Quizá será mi última batalla, pero quiero hacer el último esfuerzo por ganarla. A lo mejor sólo quieres que haga la última prueba. A lo mejor sólo tratas de volverte mi aliado. A lo mejor no eres tan malo como pareces… ¡Vaya sorpresa!
Me dormí recién anoche con la certeza de verte en mis sueños. Quería verte directamente –lo más cercano posible- y conocer tu aspecto. Sólo te he conocido a través de tus efectos, pero jamás he visto tu cara de frente. Te metes entre nosotros y evades darnos tu rostro de cara al sol. Al enemigo por los cuernos. Así quiero agarrarte, para no volver a sentirte nunca más. Quizá te ocultas entre las sombras, ahí entre los vericuetos de nuestros cuerpos cansados y débiles a causa del agobio de tu presencia. Estoy segura –y los demás me lo confirmarán- que tú eres el culpable de nuestros malestares más hondos. Así eres de potente, de asesino y de traidor.
Subí a la parte más intangible de mis propios pensamientos y entre lo velado de mi sueño por fin pude identificarte. Ahí descubrí por qué no lograba verte ni asesinarte: vi claros los pensamientos convertidos en fuertes y robustos bloques. ¡Eran míos! Yo te había construido a través de toda mi historia de aprendizaje a base de confiar en tu potencia. Ni siquiera se me ocurrió destruirte con la indiferencia. Puse tanto peso en ti, que yo misma te otorgué el poder que tanto me lastimaba. ¡Tonta de mí! Ahora que te había detectado ya sabía que el indeseable era una historieta de cuentos infantiles que los adultos queremos recrear. ¿Con qué fin? Para evadir nuestros sueños y nuestras metas y para culpar al indeseable –tú- por no haberlas sabido construir.